sábado, 5 de enero de 2013

Política, sociedad y economía en el siglo XIX



En este nuevo tema vamos a comenzar con una síntesis de los cambios ideológicos y políticos que se han producido en el siglo XIX. Dejaremos de lado los acontecimientos concretos y nos centraremos en el fenómeno del liberalismo y sus características, convertido en la nueva doctrina dominante de la época. Pero constataremos la existencia de dos grupos que se le oponen desde principios ideológicos contradictorios: el tradicionalismo carlista y los colectivismos anarquista y marxista.

En el segundo apartado nos ocuparemos de la sociedad de clases que se impone definitivamente en este período, aunque paralelamente se conserven elementos de la vieja sociedad del antiguo régimen.

Con mayor detalle deberemos analizar las transformaciones económicas. El régimen de propiedad de la tierra, base del sector primario, se alterará profundamente con las desamortizaciones de Mendizábal y de Madoz, y deberemos conocer sus consecuencias (positivas y negaticas). Pero esta es la época del la revolución industrial, que afectará ante todo a los sectores textil, minero, ferroviario y siderúrgico. Estos serán los sectores punteros de la economía española del siglo XIX.

Terminaremos el tema con el estudio de los orígenes y evolución del movimiento obrero, resultado de la nueva economía. Inicialmente es sólo una reacción a las condiciones de trabajo existentes, pero a fines del siglo van tomando importancia distintos discursos ideológicos que los transforman profundamente.


Con este bloque daremos un buen empujón al programa de la selectividad: un nuevo tema de cinco puntos (que coincide con la primera parte del tema) y cinco textos a comentar.

Temas

1. El liberalismo (ideario y corrientes) y la oposición al mismo.

Textos
2. El político-militar
El nuevo presidente (Narváez) era un ejemplo característico del militar-político, tipo que ha sido la maldición de España en los tiempos modernos (…). Se le ve tan pronto del lado liberal (Riego) como del reaccionario (Narváez), y con más frecuencia en una zona ambigua, oscilando entre amistades e inclinaciones liberales y temperamento reaccionario (O’Donnell); pero siempre constituido sobre una pauta que será útil describir aquí.
El militar-político es patriota. No viene a la vida pública por las vías intelectuales de la Universidad ni desde sus años juveniles. Llega tarde, cuando ya se ha formado en el ejército; cuando ya, tanto desde el punto de vista material como del social, su posición es segura y su situación hecha. Su primera actitud suele ser la de un observador que se eleva contra los «charlatanes de la política», sintiéndose más capaz que ellos de arreglarlo todo si le dejan solo para aplicar los métodos sencillos, rápidos y prácticos de la milicia.
Refuerzan esta actitud su ignorancia y su tendencia a pensar en categorías sencillas, rasgo típico de muchos soldados (…).
Ya liberal, ya reaccionario en sus ideas, el político-militar suele ser reaccionario en su temperamento. Lo que quiere no es aportar sus ideas, sino imponer su voluntad (…).
La primera de las cosas externas que llaman su atención es el orden. La idea militar del orden tiende a ser mecánica. Cuando se puede colocar a los hombres en formaciones, de tres en tres o de cuatro en cuatro, como peones de ajedrez, hay orden (…).
Desde luego, el político-militar detesta la libertad de la prensa (…)
Y es que los políticos-militares de España no se distinguen por sus dotes de sentimiento religioso. Los más, si no todos, fueron católicos sin preocuparse gran cosa, excepto en ocasiones solemnes, de su religión oficial. Cuentan de Narváez que en su lecho de muerte, al sacerdote que le preguntaba: «¿Perdona su excelencia a sus enemigos?», contestó con voz firme: «No tengo enemigos; los he fusilado a todos.»
S. de Madariaga, “El siglo XIX”, España, ensayo de historia contemporánea,  Madrid, 1979, pp., 69-71.

3. Exposición de motivos del Decreto desamortizador de Mendizábal
Vender la masa de bienes que han venido a ser propiedad del Estado, no es tan sólo cumplir una promesa solemne y dar una garantía positiva a la deuda nacional por medio de una amortización exactamente igual al producto de las rentas, es abrir una fuente abundantísima de felicidad pública; vivificar una riqueza muerta; desobstruir los canales de la industria y de la circulación; apegar al país por el amor natural y vehemente a todo lo propio; enganchar la patria, crear nuevos y fuertes vínculos que liguen a ella; es en fin identificar con el trono excelso de ISABEL II, símbolo de orden y de la libertad.
No es, Señora, ni una fría especulación mercantil, ni una mera operación de crédito, por más que éste sea la palanca que mueve y equilibra en nuestros días las naciones de Europa: es un elemento de animación, de vida y de ventura para la España: Es, si puedo explicarme así, el complemento de su resurrección política.
El decreto que voy a tener la honra de someter a la augusta aprobación de V.M. sobre la venta de esos bienes adquiridos ya para la nación, así como en su resultado material ha de producir el beneficio de minorar la fuerte suma de la deuda pública, es menester que en su tendencia, en su objeto y aún en los medios por donde se aspire a aquel resultado, se enlace, se encadene, se funda en la alta idea de crear una copiosa familia de propietarios, cuyos goces y cuya existencia se apoya principal­mente en el triunfo completo de nuestras actuales instituciones.
Gaceta de Madrid, 21 de febrero de 1836. Reproducido en A. Fernández y otros, Documentos de Historia Contemporánea de España, Madrid, Actas, 1996, pp. 120-125.

4. La construcción del ferrocarril
¿Por qué se tardó tanto en construir el ferrocarril en un país que tanto lo ne­cesitaba? La respuesta es que se com­binaron el círculo vicioso del subdesarrollo con la inepcia y la inercia guber­namentales.
Las cosas cambiaron con la llegada al poder de los progresistas, que eran un partido en favor del desarrollo econó­mico y de la importación de capital. Los progresistas consideraban que el ferrocarril era una parte esencial en la modernización de la economía españo­la (fin que ellos perseguían explícita­mente) y para lograr la construcción de la red estaban dispuestos a volcar to­dos los recursos necesarios, nacionales o importados.
Ahora bien, que el ferrocarril fuera in­dispensable no quiere decir que hubie­ra que pagar por él cualquier precio ni que hubiera de construirse a cualquier ritmo ni de cualquier manera. La red ferroviaria española empezó a cons­truirse demasiado tarde y después, en el decenio 1856-66, se emprendió con excesiva precipitación. Las consecuen­cias de tal premura fueron una planeación deficiente, una financiación ina­decuada y un trazado especulativo que dieron como consecuencia una infraes­tructura física y una estructura empre­sarial endebles.
A la velocidad de la construcción se sacrificaron muchas cosas; y cuando las grandes líneas troncales empezaron a estar terminadas, a partir de 1864, se comprobó que las expectativas de be­neficios de la explotación quedaban defraudadas: los ingresos no bastaban ni para cubrir los gastos, y menos aún para restituir los capitales invertidos.
G. Tortella, "El desarrollo de la España contemporánea", en Historia económica de los siglos XIX y XX, 1994. Reproducido en J. Aróstegui y otros, Historia. 2.º Bachillerato, Barcelona, Vicens Vives, 2006, p. 197.

5. La Institución Libre de Enseñanza
La Institución no pretende limitarse a instruir, sino cooperar a que se formen hombres útiles al servicio de la humanidad y de la patria. Para esto no desdeña una sola ocasión de intimar con sus alumnos, cuya custodia jamás fía a manos mercenarias, aun para los más subalternos pormenores, con el uso reinante en toda Europa; novedad ésta cuya importancia comprendía el último Congreso de Bruselas, donde al ser expuesta por uno de nuestros compañeros obtuvo la ad­hesión más entusiasta. Sólo de esta suerte, dirigiendo el desenvolvimiento del alumno en todas relaciones, puede con sinceridad aspirarse a una acción verda­deramente educadora en aquellas esferas donde más apremia la necesidad de re­dimir nuestro espíritu: desde la génesis del carácter moral, tan flaco y enervado en una nación indiferente a su ruina, hasta el cuidado del cuerpo, comprometido como tal vez en ningún pueblo culto de Europa por una indiferencia nauseabun­da; el desarrollo de la personalidad individual, nunca más necesario que cuando ha llegado a su apogeo la idolatría de la nivelación y de las grandes masas; la severa obediencia a la ley contra el imperio del arbitrio que tienta a cada hora entre nosotros la soberbia de gobernantes y de gobernados; el sacrificio ante la vocación sobre todo cálculo egoísta, único medio de robustecer en el porvenir nuestros enfermizos intereses sociales; el patriotismo sincero, leal, activo, que se avergüenza de perpetuar con sus imprudentes lisonjas males cuyo remedio parece inútil al servil egoísta; el amor al trabajo, cuya ausencia hace de todo español un mendigo del Estado o de la vía pública; el odio a la mentira, uno de nuestros cánceres sociales, cuidadosamente mantenido por una educación corruptora; en fin, el espíritu de equidad y tolerancia contra el frenesí de exterminio que ciega entre nosotros a todos los partidos, confesiones y escuelas.
Giner de los Ríos, F., Ensayos, págs. 116 y 117. Reproducido en F. Díaz-Plaja, Historia de España en sus documentos. Siglo XIX, Madrid, Cátedra, 1983, pp. 375-376.

6. La Federación de Trabajadores de la Región Española y «La Mano Negra»
(...) Nosotros nos hemos organizado con el mismo derecho que se han organi­zado todos los partidos políticos. Ellos se organizan para la conquista del poder polí­tico, y nosotros para abolir todos los poderes autoritarios.
Somos anarquistas, porque queremos el libre ejercicio de todos los derechos, y como éstos son ilegislables, no es necesario ningún poder para legislarlos y regla­mentarlos.
Somos colectivistas, porque queremos que cada productor perciba el producto íntegro de su trabajo y no existan hombres que se mueran de hambre trabajando, y otros que sin trabajar vivan en la holganza y encenegados en la corrupción y en el vicio.
Y somos partidarios del grande y fecundo principio federativo, porque creemos que es indispensable para la práctica de los grandes y justos principios anárquico-colectivistas, la Federación económica; la libre federación universal de las libres aso­ciaciones de trabajadores agrícolas e industriales. […].
Si hoy, en presencia del fecundo desarrollo de nuestra organización, y ante el temor de perder, en tiempo tal vez no muy lejano, irritantes e injustos privilegios, se pretende deshonrarnos para cubrir las apariencias de brutales persecuciones e injustas medidas excepcionales en contra de nuestra gran Federación de trabajado­res, es necesario que no ignoren que su trama es demasiado burda y que su inmor­tal juego está descubierto; y conste una vez más, que nuestra Federación nunca ha sido partidaria del robo, ni del incendio, ni del secuestro, ni del asesinato; sepan también que no hemos sostenido ni sostenemos relaciones con lo que llaman Mano negra, ni con la Mano blanca, ni con ninguna asociación secreta que tenga por obje­to la perpetración de delitos comunes.
Manifiesto de la Comisión Federal, marzo de 1883. A. Lorenzo: El Proletariado militante...,  pp. 428-429. Reproducido en A. Fernández García y otros, Documentos de Historia Contemporánea de España, Madrid, Actas, 1996, pp. 306-307.

López Mezquita, Cuerda de presos, 1901

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